miércoles, 2 de abril de 2008

Homenaje a los caídos en Malvinas

El hundimiento del Belgrano





La vieja quilla de acero y hierro salvaba el escollo que las aguas del Atlántico presentaban al Belgrano. El barco hospital, que volvía al continente, navegaba pesadamente sobre las profundas aguas mientras su estela ocultaba el rastro de un submarino inglés.

Cerca de mil hombres, entre soldados, marinos, médicos y civiles, estaban embarcados en el Belgrano. Totalmente relajados bajo la bandera de la cruz roja, viajaban hacia su tierra natal, alejándose de aquel infierno que comenzaba a desatarse en torno a las islas.

¿Dónde estará la cruz del sur en el cielo nocturno marino? Tan próximos a la Antártida, los reflejos de las estrellas en la cresta de las olas semejan luciérnagas en el campo verde de la pampa.

El paisaje es tan monótono como la lisura de la llanura; entrecortado el plano del horizonte por las olas que parecen cuchillas que aparecen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.

Envueltos en ese movimiento de vaivén, los cuerpos se mecen y se mimetizan como los juncos del delta del Paraná.

Ahí va el Belgrano con su carga de heridos y desganados, cortando la distancia entre un continente y sus islas tan conflictuadas. Los cuerpos flagelados no conocen de historia, de reclamos, de derechos; sólo quieren descansar y olvidar aquello que los castigó, que los maltrató. Las esperanRemove Formatting from selectionzas están puestas en el reencuentro: con los seres queridos, con la tierra firme, con la tranquilidad de las tardesitas con mate y bizcochitos.

Tan tranquilamente se mece el Belgrano en aquellas aguas oscuras que no imagina su destino final. La bruma invade la cubierta. El cielo se esconde detrás de aquellas nubes.
El golpe fue fatal. La quilla se quebró y el Belgrano se hundió en esas aguas heladas del Atlántico Sur.

26 años después, recordamos con pena el sacrificio de los jóvenes soldados muertos en y por Malvinas.
La quilla del Belgrano, como una lápida que nadie ve, señala la insensatéz de la guerra, la idiotéz de los comandantes y azuza la conciencia de un pueblo que ciegamente festejó la " hazaña" de sus verdugos y castigadores.
Ni los poetas pueden, ni quisieran, acallar ese testimonio que sigue oxidándose y carcomiendo el orgullo de algunos nostálgicos patriótas.

A veintiseis años

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