La excusa para lavar las culpas
La guerra de las MAlvinas fue la excusa perfecta para lavar las culpas y la imagen deteriorada de un ejercito manchado con sangre de los propios argentinos.
La institución centenaria, ejemplo de bravía en las batallas por la liberación de los paises de América en el siglo XIX, cayó en lo más penoso de su historia al alzar las armas contra una parte considerable de la sociedad argentina.
Los militares idearon a las sombras del poder y de las armas una estrategia de limpieza de imágen de la institución al considerar la posibilidad de tomar las islas del Atlántico Sur que hacía más de un siglo habían sido cooptadas por el imperio británico. La "hazaña" se hacía eco de un reclamo añejo sobre la soberanía de esas islas y hacía pie en la recuperación de esa soberanía y la dignificación del pueblo argentino al tomar lo que cree es propio.
El general GAltieri y su séquito de militares se lanzaron y en su arremetida embarcaron a la sociedad argentina toda en la empresa bélica de la recuperación de las MAlvinas. Luego de la toma, el dos de abril, la plaza de mayo se colmó de simpatizantes que vitorearon a la junta militar. Días antes una manifestación multitudinaria había sido reprimida por el mismo gobierno.
La jugada ya estaba planteada. Los militares gozaban con su momento de apoyo popular y arengaban en contra de los ingleses y de todo aquel que pusiera un pero en esa situación de extremo realismo fantástico. Los verdugos de la sociedad argentina vitoriados y alabados por sus víctimas y siervos. La trastocación de todos los sentidos más elementales y de la lógica hizo que millones de argentinos olvidaran, por unas semanas, la atrocidad de ese gobierno de facto.
El 29 de mayo de 1982, el general Galtieri en el acto del aniversario del ejercito argentino, bramava contra la amenaza de la contraofensiva inglesa. "Si quieren venir, que vengan" insitaba desde el cómodo palco oficial ante un público militar y consecuente. En el día del ejercito, Galtieri el general alcohólico, ponía en notificación a todos los ciudadanos de la Argentina, la indeclinable decisión de presentar batalla a aquellos que osaban enfrentar al pueblo unido en las armas, en la misión de la defensa de sus intereses, de los militares y sus secuacez - los grupos de poder que los apoyaron en todo momento -.
La batalla por las malvinas se presentó hacia principios de junio y la resistencia del tan temido Ejercito Argentino duró escasas semanas, producto de una milicia mal armada, mal vestida y alimentada; con nula instrucción militar y una oficialidad ocupada por administrar los recursos entre ellos mismos y negarla a sus subalternos: los soldados.
La derrota, lo inevitable, se produjo el 14 de junio. El general Menendez entregó, sin presentar resistencia alguna, el mando de las islas al representante de las fuerzas británicas de ocupación. Astiz, nefasto torturador y abusador de la confianza de las abuelas y madres de plaza de mayo, se entregó como una damicela ante el menor requerimiento de los ingleses.
Terminaba así, de la peor maner imaginable, la reputación de la institución que nació junto con la patria un día de mayo de 1810.
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