miércoles, 14 de marzo de 2007

Los libros y la adquisición de saber

¿Un negocio o un derecho?

Semanas pasadas en el diario Página 12 el escritor Osvaldo Bayer recordaba con afecto a un viejo librero de la calle Corrientes: José Hernandez, fundador y propietario de la reconocida librería Hernandez de Corrientes casi esquina Montevideo. La nota elogiaba la actitud del librero quien no comerciaba sino brindaba un servicio a sus habitués lectores. Guiaba sobre los autores y temas, títulos de libros y aconsejaba lecturas. Un ejemplo de amor por los libros y el saber que se ha perdido en el tiempo. José Hernandez hace ya más de una década que falleció y la tradición de servicio que personificaba se fue con él. Hoy pocos negocios culturales se han visto tan transformados como las librerias. Por poco los libros son exhibidos en góndolas cual producto de consumo masivo, rotulado y etiquetado sin tener en cuenta la necesidad y la búsqueda de cada lector.
En cualquier momento la secretaría de cultura saca una ley del genérico literario para homologar la demanda así los comerciantes de libros se ahorran el trabajo de leer.
Por que convengamos que muy pocos o ningún comerciante de libros son, en principio, hábidos lectores. Esto parece una regla impuesta en el mercado editorial: venda libros, usted no tiene porqué conocer el producto que vende, para eso estan las críticas y los comentaristas, además de los prólogos - que casi nadie lee -.
En nuestra querida Mercedes no abundan los comercios de libros, solo afloran con la venta escolar de principio de año y sobreviven un par - hace ya más de un año - durante el resto del tiempo. Siguiendo las reglas del mercado, los libros se exhiben y se muestran al alcance de la mano pero a la hora de pedir una sugerencia, algunos recurren a los empleados porque no conocen de lo que se les habla. Es una pena observar la mutación de un servicio cultural en la avidéz caníbal por vender libros a lo que de lugar: desde la mentira más pueril hasta la traición y el engaño, pasando por la prepotencia y el insulto sutil pero barato. Es que algunos hace años que lucran con este comercio y ven amenazada su situación con la aparición de otras propuestas.
Es una verdadera lástima que los José Hernandez, como estirpe de libreros, no se hayan multiplicado y propagado por estas tierras. Quedan algunos recuerdos de viejos emprendimientos como los libros usados de la casa "Marcos" atendida por Ruben Ramponi o la tosuda permanencia de la Biblioteca Popular Sarmiento que revalida día a día su título honorario brindando un servicio gratuito a los chicos de las escuelas locales. Esperemos que las actitudes cambien o nos veremos compelidos a buscar información en internet.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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