Espejitos de colores
La humareda e podìa ver desde tres cuadras de distancia. La parrilla improvisada en la esquina del banco Nación concitaba la atención de los deseosos bebedores de cerveza y de aquellos degustadores de choripán.
Mientras de la avenida llegaban los últimos golpes de los tambores de la comparsa, los asistentes de la parrilla tomaban pedidos, cobraban, armaban los choripanes, destapaban las bebidas y servían a los clientes que cada vez más se agolpaban alrededor de los tablones. Cerca, peligrosamente, jugaban a la espuma varios chicos y chicas adolescentes. Los baldes de cerveza corrían del freezer al mostrador y de ahí a la vereda. Con sumo cuidado se retiraban los portadores del elixir rubio e ingresaban los ansiosos por beber más.
No se sabe si fue en uno de esos intercambios de lugares o por el imprudente chorro de espuma que dió en algún rostro o todo eso junto, que la marea de gente que se apretaba en la esquina comenzó a moverse nerviósamente; a correrse de un lado hacia otro. Los vasos comenzaron a volar y la parrilla se vio envuelta en un mar de piñas, patadas y corridas, tan rápidamente como una mecha encendida. La policía apenas pudo dispersar el disturbio que se prolongó por varias cuadras más, dispándose lentamente, como el humo de la parrilla cuando arrasó la lluvia.
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