jueves, 12 de febrero de 2009

Cortazarianas noticias de un velorio trunco

Homenaje ajeado de Homero en traje negro



Bruscamente solicitó la atención de los presentes como sólo el podía darse el lujo de hacerlo: con un reverendo y sonoro pedo en medio del llanto descomunal de las comadronas lloronas. El estruendo del gas cortó el aire del velorio y Homero improvisó un discurso, luego de una forzada carraspera.

Nadie le quitaba los ojos de encima. Máxime su llamativo traje a rayas multicolores, cual un payaso salido del circo en plena función de gala. Homero comenzó elogiando el servicio mortuorio y las coronas de flores. Enumeró cada uno de los mensajes escritos en los arreglos florales y nunca dejó de señalar el cajón y al muerto que allí velaban.

La viuda estaba absorta, atónitos estaban los amigos del finado y nadie se atrevió a preguntar quién carajos era ese pelotudo que comenzó un discurso, casi susurrando y lo continuaba gritando con toda sus fuerzas. Es que las lloronas, viendo su lugar de duelo y llanto amenazado, comenzaron a llorar con energía, tratando de tapar las palabras que Homero profería -cual eructos arrojados al aire de la noche-. Pero Homero no se dejaba amedrentar y a cada palabra emitida acompañaba con un fuerte zapataso a los pies del cajón. Los presentes temieron que el ataúd se cayera y prestos se arrimaron al féretro para sostenerlo, mientras Homero con sutíl elegancia esquivaba los manotazos de los deudos que querían quitarlo de su lugar de privilegio.

El muertito yacía duro y quietito en el cajoncito mientras los empleados de la cochería hacían lo imposible por tomar de los pies y los brazos al hereje injurioso.

La viuda lloraba con mayor amargura la ausencia de su esposo y las comadronas del velorio comentaban por lo bajo el infelíz episodio.

Homero con su traje ajado terminó en la vereda de la casa mortuoria. Un poco magullado se acomodó los trastos y miró de reojo el monigote que lo vigilaba desde la puerta del velorio. Se acomodó el peinado y de un puñetazo tumbó al monigote y se metió nuevamente al velorio. El tumulto se armó nuevamente y entre empujones, codazos y pellizcones consiguió ubicarse nuevamente junto al cajón. A los gritos, retomó su discurso interrumpido y lanzó una serie de improperios y de injurios contra todos los presentes, incluida la viuda.
Los deudos se empezaron a insultar, unos a otros, tirándose la culpa de haber sido quienes habían traído a semejante personaje al velorio.
Homero no dejó títere con cabeza y como cierre de su perorata, apoyando su mano sobre la frente del difunto, vociferó su último alegato a favor del muerto.
- Que nadie se sienta tocado, con cada una de las palabras que he proferido. Pero no puedo dejar de sentir una gran envidia hacia este ser que nos está dejando, huérfanos en este mundo del absurdo.
Quisiera que no se culpe a nadie, que nadie sienta un pesar sobre su pecho. Pero me inunda un profundo deseo de recostarme junto a este cadaver y mirar el mundo desde sus órbitas hundidas. Que nadie se sienta tocado. Que los que alguna vez humillaron su presencia, desde el más lejano exilio, se sientan apenados por su, ahora, prolongada ausencia. Más que nadie en este mundo, le debemos nuestro más sincero agradecimiento: por sus palabras de desaliento, por sus historias desopilantes y por su más que inútil ejemplo de escritura. Por todo esto: gracias. Gracias, julio. Y adiós. Adiós pequeño gigante ser. Hasta siempre, compañero.

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