No abuseis de mi higado
Tiempo sin tiempo este de los días entre fiestas. Pareciera que las horas y los días se suceden sin un corte abrupto: las noches se transmutan en días y los días en noches como una corriente suave que lleva todo hacia el mismo lugar sin resistencia. Los lunes no parecen lunes y los viernes parecen domingos. En este interregno del sin tiempo, las celebraciones a copa alzada son la regla de oro que se repite día a día. Así pasamos del brindiz por noche buena a las copas previas a esa noche a las copas posteriores con amigos y la cadena no se corta por esas largas noches veraniegas de fiesta y salutación.
Salgo así a festejar navidad y año nuevo con una vaso incrustado en mi mano derechas y una sonrisa dibujada en mi rostro.
El saludo habitual: felíz navidad, felíz año nuevo. Y otro trago que entrechoca en un brindiz fraterno y la bebida que se cuela por la garganta hasta el estómago. Al otro día, bah!, la prolongación de esa noche, la resaca golpea mi puerta y me pega un castañazo directo al bajo vientre. La cabeza me zumba y no recuerdo ni siquiera quién soy.
Otra noche se aproxima y el nivel de alcohol en la sangre se aligeró con las horas de la tarde. Vuelvo al ruedo y nuevamente fluye por mis venas el precioso nectar de la malta.
Otro brindiz por Pierrot, por la unión, por la fuerza y por que Racing salga campeón este 2010. Y ahí van otros hectolitros de cerveza y la cabeza a mil me pide: Para!!
Noche, amanecer, cama, dolor de cabeza.
Así comenzó mi 2010, sumado al cumpleaños de mi cuñada que justo el primero de año viene a nacer: hacer treinta años, pero los sigue festejando.
Felíz cumple Laurita, y van otros tragos de alcohol para sumar a la cuenta que seguramente pagaré más adelante con mi higado querido.
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