Enrique Telémaco Susini y varios amigos emitieron desde la azotea del teatro Coliseo la ópera "Parsifal" de Wagner. Fue la primer transmisión radiofónica y que fuera sintonizada por una entre 20 y 100 personas. A ellos les pusieron "Los locos de la azotea" como una adjetivación a el hecho que realizaron y que dió inicio a la transmisión por ondas radioeléctricas, lo que luego sería la difusión de la radio tal como la conocemos.
Muchas veces se utiliza la palabra loco para clasificar a alguien que rompe con cierta normalidad, que irrumpe lo cotidiano con algo novedoso. Los "Locos de la Azotea" tuvieron la "chispa" de poner un micrófono desde los techos de un teatro para captar lo que ahí sucedía y transmitirlo hacia afuera.
Cuantas veces catalogamos de locos a aquellos que encuentran un salida distinta, una solución a un problema o simplemente otra forma de ver, mirar y actuar a la común. El loco es una figura que también ha servido para estigmatizar al otro. Asociado a la enfermedad, desde la psiquiatría y la psicología, el loco está estudiado en la salud mental tradicional como cierta anomalía. Aunque luego varias escuelas de psicología y psicoanálisis dejaran de lado el sentido peyorativo del término.
Un loco es alguien que rompe con cierta norma. Alguien que también muestra y a veces, encarna lo diferente. "La locura es poder ver más allá" dice la canción de Charly García. Y algunos toman esta figura como la descripción certera del "iluminado", el genio, "el salvador".
Hoy el loco, como significante, está tomada y reutilizada para ensalzar la figura de un político que se presenta como alguien que "rompe" estructuras; alguien que "te canta la justa" y te muestra el camino: un "iluminado" que viene a señalar que "la casta" de los políticos son los extraños, los que se "avivaron" de un "nosotros" y que cooptaron el Estado.
Este político que se presenta como "el loco" y se ufana de tener actitudes de irascibilidad no es más que la puesta en escena de otro títere que apela a lo más visceral de nosotros: el odio, la bronca, el hartazgo, son medida ni freno.
Hay ejemplos en la historia de personajes similares que "enamoraron" a las multitudes con el mismo "canto de sirena": Adolf Hitler fue uno de ellos.
No hay que comprar el discurso del odio y el "rompan todo" porque en esa irrupción de la violencia, nadie gana. O casi nadie gana, solo los "iluminados" que se quedan con todo.
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